El Museo Escolar de Puçol evoca los recuerdos de una época en la que el verano empezó a cambiar para siempre en Elche, al ritmo del Seiscientos, los helados Frigo y los bañadores de nailon
Elche, 4 de julio de 2025. El verano de los años sesenta marcó un antes y un después en la forma de disfrutar del tiempo libre en España. Fue una época en la que el país comenzaba a experimentar una modernización palpable, con la llegada del turismo, los cambios sociales y la transformación del ocio. A través de objetos, imágenes y recuerdos, el Museo Escolar de Puçol invita a reflexionar sobre cómo aquellos veranos transformaron para siempre la vida cotidiana en Elche y, en particular, en sus pedanías.
Mientras los éxitos musicales como “Un rayo de sol” de Los Diablos ponían banda sonora a las vacaciones, muchos españoles emprendían largos viajes en su coche Seiscientos. En el interior del vehículo, las familias escuchaban la radio con las ventanillas bajadas, atravesando una red de carreteras que se dirigía, en muchos casos, hacia el litoral valenciano, convertido ya entonces en símbolo del descanso merecido, del reencuentro, de la libertad juvenil y del amor veraniego.
Aquella etapa dio lugar a lo que algunos han denominado el “Imperio del sol”, una forma de entender el verano que se consolidó con los primeros rascacielos junto al mar, las neveras portátiles, los carteles en inglés orientados al turismo internacional, los helados de Frigo, los bañadores de nailon y la Coca-Cola, que pasó a formar parte del imaginario colectivo y que, desde entonces, nunca más se confundiría con la cebada que vendía el chambilero por las calles.
El fenómeno no fue casual. El auge turístico de los sesenta fue alentado por el propio Estado, con la vista puesta en atraer visitantes extranjeros y modernizar la economía. Pero sus efectos no se limitaron a las zonas turísticas. También impactaron de lleno en municipios como Elche, y especialmente en las pedanías, donde el modo de vivir el verano cambió radicalmente.
Del carro a la piscina, de la acequia al sofá
En las pedanías ilicitanas, muchos recuerdan cómo el verano significaba coger el carro tirado por mulas o caballos para ir a la playa del Pinet o a las barracas de Santa Pola. Hoy, esas escenas forman parte del recuerdo, sustituidas por coches familiares con aire acondicionado y autopistas que han recortado las distancias.
Las sillas encordadas, típicas para sentarse “a la fresca” en las tardes de verano, fueron relegadas por las sillas de plástico o las populares “sillas de playa”. Las acequias, donde los más pequeños se bañaban en grupos, dieron paso a las piscinas cloradas, símbolo de una nueva modernidad doméstica.
El ocio también cambió. De las largas partidas de dominó, treinta y uno, brisca o sarangollo en las puertas de las casas o en los bares, se ha pasado a una diversidad de juegos de mesa casi inabarcable y, sobre todo, a un uso creciente de dispositivos electrónicos que han sustituido los paseos en bicicleta por horas frente a pantallas.
Un espíritu que sobrevive al paso del tiempo
Pese a todos estos cambios, el espíritu del verano en Elche sigue vigente. Compartir el tiempo con la familia, disfrutar del entorno natural del municipio —tan diverso y rico como lo era entonces— y conservar la esencia de los encuentros vecinales siguen siendo pilares fundamentales del verano ilicitano.
El Museo Escolar de Puçol, comprometido con la preservación de la memoria local, pone en valor estas transformaciones no solo desde la nostalgia, sino también desde el análisis histórico y educativo. Su labor contribuye a que las nuevas generaciones comprendan cómo se forjó la identidad veraniega de Elche y por qué sigue siendo un valor comunitario, lejos de los souvenirs impersonales de destinos masificados como Benidorm.
A través de exposiciones y materiales pedagógicos, el museo propone mirar atrás para entender el presente y revalorizar esas pequeñas cosas que hacen del verano una estación que, más allá del calor, representa libertad, reencuentro y alegría compartida.